Solo entiende mi locura quien comparte mi pasión. Nunca he llegado a saber si esa frase pertenece al refranero español, si tiene autor y origen conocido o simplemente apareció de la nada para convertirse en algo tan sentenciador y clarividente como lo es hoy en día, pero la usaré como comienzo en ésta ocasión.
Hoy, 20 de Agosto de 2021, podría empezar este artículo haciendo referencia a esa frase tan famosa entre los béticos en redes sociales «Hoy es diferente, hoy juega el Real Betis Balompié» pero, con permiso de aquel que la dijo por primera vez, quisiera añadirle un pequeño matiz para dejarla en: «hoy es diferente, hoy volvemos al Villamarin». Cuantas veces en cualquier conversación entre béticos se habrá dicho en este tiempo «cuando volvamos al Villamarin». Pues esa cuenta atrás tras una larguísima espera, gracias a Dios, llega hoy a su fin.
Y es que después de 530 días los aficionados del Real Betis Balompié van a volver al Bendito Villamarin. Demasiado tiempo. Igual que demasiadas han sido las veces que hemos pensado cómo sería esa primera vez después de todo esto que nos ha tocado vivir, cómo actuar después de tanto tiempo alejado de nuestro equipo. Han sido 530 lunas las que hemos tenido para soñar con volver a nuestro asiento. 530 noches en las que de forma inexplicable los béticos y béticas guardaban ese pequeño atisbo de esperanza, de verde esperanza, de que el tiempo avanzara más deprisa que la pandemia para volver cuanto antes a nuestra grada.
Tantos días y horas en las que nos consolábamos viendo vídeos e imágenes de partidos anteriores. Tantos días y horas tirando de recuerdos en nuestra memoria para no sentirnos tan lejos de nuestro equipo ni de nuestro estadio. Tantos días y horas anhelando ese momento de volverte a ver.
Y es que 530 son muchos días. Son muchos días sin esas quedadas entre amigos horas antes del partido para tomar una o dos solamente. Sin ese abuelo recogiendo a su nieto para llevarlo al estadio. Sin esas prisas de última hora porque si no cojo este autobús llegó muy justo y me pierdo el himno. Muchos días sin esos «te recojo a la hora de siempre». Son muchos días sin que esas madres que ni si quiera van al estadio le preparen los bocadillos a sus niños para el descanso, o sin que otros no tan niños hayan ido a comprar bocata a la tienda de Benito. Son muchos días sin el Jamaica, sin Tajo. Son muchos días sin jugar al poli-ladrón con los gorrillas para ahorrarnos unos céntimos.
Son muchos días sin que vayan las futuras generaciones de béticos por primera vez al Villamarin. Son muchos días sin los puestos de bufandas. Son muchos días sin una ardua negociación inservible para que en vez de 3 paquetes de pipas te den 4 por 1€. Son muchos días sin ver a Palmerin corriendo por la banda con cada gol y haciendo disfrutar a los más pequeños antes del partido. Son muchos días sin esos «vámonos ya que sino a ver dónde aparcamos». Son muchos días sin ver el típico tweet de «bufanda perdida de gran valor sentimental». Son muchos días sin esas colas en los accesos. Son muchos días sin que tu fila en el torno vaya más lenta que la de al lado y después de cambiarte a esa, la tuya sea la más lenta otra vez. Son muchos días sin ver a esa grada de animación dejándose el alma por el equipo. Son muchos días sin escuchar el himno a capela en miles de gargantas…
Podría escribir tantas razones como los 530 días que hemos pasado lejos de nuestra casa. Pero en definitiva, son muchos días sin una forma de vida, nuestra forma de vida, que pocos entienden, y que sólo los privilegiados sentimos.
Por eso, y como esta noche tendré el privilegio de asistir al estadio, no pienso perderme las caras de la gente. Esa cara que pondrán los que están cerca del césped y vuelvan a olerlo desde su asiento. O porque no, esas caras de los aficionados de gol norte que cuando vean el nuevo marcador saben que se acabaron las tortícolis para mirar minuto y resultado. O esa cara que pondrán los del anfiteatro bajo cuando escaleras arriba como si el equipo saliera del túnel de vestuario vuelva a ver tras el último escalón la silueta del jugador en el mosaico. Esa cara de aquellos que al entrar, mirando al cielo, se paren a recordar a los que nos dejaron y nos ven ahora desde el cuarto anillo.
De esos padres primerizos que con una camiseta más grande que el propio bebé, lo llevan por primera vez a un partido del glorioso. O esa cara que pondrá esos otros que eran bebés que ya no son tan bebés que tras su primera vez quizás sin darse cuenta donde estaba ahora puede ser consciente de donde están. O esa cara en los reencuentros con nuestros amigos de grada que solo veíamos cada 15 días, Esas caras al volver a celebrar y gritar un gol, o esa cara, imagínense la cara que pondrán los más añejos del lugar cuando vuelvan a pisar el Benito Villamarín tras haber pensado durante 530 días que por su larga edad quizás no volverían a pisar su grada.
Éstas y tantas caras de ilusión, alegría, añoranza, melancolía, nostalgia y todo un sin fin de sentimientos que los béticos y béticas cada uno con sus pensamientos, sus vivencias y sus recuerdos sentirán al volver a pisar esta tarde el Benito Villamarin.
Por ello y como el Real Betis Balompié siempre fue, es y será su gente, y aunque lo más importante de un partido de fútbol es el resultado, es posible que hoy, quizás, por primera vez en mi vida me atreva a decir que después de 530 sin nuestro hogar, el resultado del partido no es lo más importante.
Y ya saben, si no lo entienden, no intenten entenderlo. Porque solo comparte mi locura, quien entiende mi pasión.