Vivir un derbi

Vivir un derbi

Que estamos a las puertas de un partido especial no es ningún secreto. En cuanto este encuentro asoma en la semana, todos sentimos un cosquilleo y un nerviosismo único. Y en gran parte es por una forma de sentir y querer a tu equipo que en pocos sitios se vive como en Sevilla. En Sevilla y en más allá de sus fronteras. Todos tenemos un amigo sevillista, o un compañero de trabajo del eterno rival que le gusta picar o sacar esa “guasa”. Algo que se saca antes del partido, y que permanece durante y después del pitido final.

Todos tenemos un ritual para esta jornada, algo que repetimos religiosamente. Una rutina con la que pensamos que damos suerte a nuestro equipo. Con la que nos sentimos protegidos. Cada aficionado tendrá una manera de vivir este día. Con estas líneas quiero expresar como he vivido yo algunos derbis, que puede ser una más de la infinidad de sentimientos y sensaciones que cada uno puede llevar dentro.

Por desgracia, y como les pasará a muchos, no tengo la suerte de haber vivido muchos derbis en el Benito Villamarín. Mi padre me llevó cuando era muy pequeño, pero tengo recuerdos fugaces. Por lo tanto, en cuanto tengo la más mínima posibilidad de poder acudir al estadio, lo hago sin importarme la distancia ni la lejanía. Y es así lo que pasó el año pasado. Conseguí una entrada (no barata por cierto), cogí mi coche y me fui para Sevilla. Una vez en la ciudad, puedes respirar el ambiente, la espera y la calma tensa. Subí las escaleras del templo y miles de pensamientos pasaban por la cabeza, algunos positivos y otros no tantos. Porque perder un derbi no duele igual. Y me senté en mi asiento, en una fila que curiosamente no estaba muy llena, por lo que viví el partido en soledad. Recuerdo muchos nervios, mucha tensión, lo estaba pasando tremendamente mal…Hasta que llegó Joaquín, metió el gol de cabeza y fue un desahogo enorme. Lo primero que pensé fue “este derbi no lo perdemos”. Terminó el partido y la sonrisa y la liberación era impagable. Felicidad. ¿Es sólo fútbol? Permíteme decirte que no sea así.

También recuerdo otro derbi que viví en Sevilla, pero en esa ocasión no tuve la fortuna de estar en la grada. Quedé con dos amigos (uno del Betis y otro del Sevilla) y quedamos en un bar para verlo. Allí, había gente de ambos equipos, que se picaban sanamente cantando las letras e himnos de sus respectivos bandos. El ambiente era bonito y a pesar que apenas nos separaban béticos y sevillistas unos centímetros, había mucho respeto. El Betis anotó primero, por lo que la primera alegría fue verdiblanca, aunque el Sevilla remontó y hubo que aguantar cómo la felicidad cambiaba de color. Todo se tornaba muy complicado, los minutos pasaban y parecía que la victoria caería hacia el lado sevillista. Pero apareció Loren para anotar el 2-2 a la remanguillé, desatando la locura en la grada, y en el bar donde estábamos. Recuerdo abrazarme con mi amigo bético, chocar nuestras frentes mientras nos caían cerveza de la gente que estaba  a nuestro lado celebrando el gol. Cuando el partido terminó, nos quedamos en la puerta los tres, hablando del partido, debate al que se unió más gente y estuvimos compartiendo momentos, bromas y piques.

Como estas dos historias que he contado, cada uno tendrá la suya. Un momento, un lugar, una compañía. Una explosión de júbilo o un sentimiento de tristeza. Mil maneras de vivir un derbi, mil maneras de sentir. El domingo se escribe otro momento. Ojalá con una victoria.